TOREO EN CASTILLA- LEÓN-
Castilla y León es tierra de Toros, de Toros y de Hombres que obligadamente se encuentran. Encuentro asimétrico donde el animal o ha de ser dominado o mitificado para convertirlo en rito. No suele ser el carácter castellano y leonés amigo de bailes y florituras; no cabe el uso del engaño para el lucimiento; aquí solo tienen espacio las realidades subrayadas a peleas o a sangres. Aunque la meseta es tan amplia como el horizonte, la jerarquía o la necesidad imponen siempre un vencedor y un vencido. Son encuentros de Poder a Poder, la vida dura lo hace así. Es la ley del más fuerte no siempre tamizada por la técnica, la cultura o el folklore. Y como el Toro es animal fuerte y bravo el hombre necesita multiplicarse para enfrentarse a él, por eso el toro en esta tierra es Toro de Muchedumbres, toro que despierta sueños y conductas tribales.
Al toro quieto se le venera por lo mágico de su capacidad genésica. La “ganadería” de Guisando, el verraco de Ciudad Rodrigo o los de Arévalo o Salamanca, reciben la admiración de su capacidad creadora y el calor de la proximidad de los que quisieran apropiarse de sus virtudes. Castila y León se convierten así en tierra de ritos tauromágicos. Se busca la proximidad del toro para adquirir mágicamente sus cualidades en una transformación benévola de la confrontación y el apoderamiento de sus poderes.
Al toro en movimiento, peligroso y asesino, se le dirige hasta el lugar del sacrificio ofreciendo el propio cuerpo como señuelo de dirección obligada. Son los encierros a cuerpo limpio, donde la burla no es más que un escorzo artístico del riesgo. Ahí están los de Cuéllar – los más antiguos del Mundo-, la “saca” de toros de Soria, los “Espantes” de Ledesma o Fentesaúco, el Toro Enmaromado de Benavente o el más controvertido Toro Lanceado de Tordesillas. En escasas ocasiones ese encuentro tiene un tinte de divertimento, como el Carnaval del toro de Ciudad Rodrigo, el Toro del vino de Toro o el Toro de fuego de Medinacelli.
Al lado de esta liturgia el toro forma parte de amplios paisajes de la meseta en tierras de Salamanca, Ávila o Valladolid, donde se cuida y se le proporciona bravura, trapío y casta para prepararle al noble arte de la embestida a muerte. El encaste de origen salmantino lleva siempre patente de peligro.
En este entorno de encuentros de riesgo y burla, donde una capea popular sigue siempre a los festejos, para probar la valentía y habilidad de algún “mozo”, no es extraño que surja el torero de forma espontánea, sin necesidad de una dinastía de donde haya mamado un arte y una posición ante la vida.
Tomamos conciencia de que en esta selección de toreros que traemos de esta tierra vamos a dejar muchos nombres importantes ¿cómo vamos a recoger aquí la pléyade de buenos toreros salmantinos?, así que lo primero es disculpar las ausencias o los olvidos que aquí no puedo recoger, aunque persistan en mi memoria.
Dejamos aparte a Santiago Martín “el Viti”, sin duda el mejor torero de estas tierras, que ocupa un sitio de honor en la década de los 60 donde tiene su reseña correspondiente, a costa de olvidarnos de sus otros compañeros de tierra como Antonio de Jesús, José Luis Ramos, López-Chaves, Javier Valverde, Eduardo Gallo, Javier Castaño ¿?, etc.
Y también quedarán en la cuneta toreros vallisoletanos de la talla de Luguillano, Manolo Sánchez, la habilidad “sinistra” del diestro Jorge Manrique, Joselillo o Leandro. Pasaremos por alto Palencia y los recuerdos del bohemio Marcos de Celis y de la valentía de “El Hencho”, y nos vemos obligados a pasar página de aquella enorme muleta segoviana de Andrés Hernando. León, mi tierra, tampoco puede ir más allá de un pequeño rincón con su proyecto inacabado de esperanzas novilleriles que fue Julio Norte, o la identidad compartida de Javier Castaño con Salamanca y/o de el valiente y buen hacer taurino de los años 50-60 que fue Rafael Pedrosa, tenido a medias con Burgos. ¡Ay Burgos! Con un plaza destinada a la demolición. La afición que soñó la promesa de Luis Miguel Calvo terminada en “Juncal”, La de la arena que sangraron los Tinín, la del embrujo actual de Morenito de Aranda, la que vió la última faena de Antoñete, la que sostuvo el rito doctorado de Morante. ¿no vas a encontrar alguien que cambie tu destino de muerte?.
A todos los toreros de esta tierra nuestra a los que nuestra memoria no alcanza y a los que volvemos a pedir humildemente disculpas.
Y así nos quedaremos con la una muestra de la que hemos elegido:
– El zamorano Andrés Vázquez
– El Vallisoletano Roberto Domínguez
– El soriano José Luis Palomar
– Y los salmantinos Julio Robles y Pedro Gutiérrez Moya “el niño de la Capea”.
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