ROBERTO DOMÍNGUEZ Díaz
Roberto Domínguez es de Valladolid. ¿Conocen Uds. la ciudad? ¿No? ¡Visítenla! Aunque su trazado sea un poco destartalado tiene cosas dignas de ser vistas: San Pablo, La Antigua, La Universidad, San Benito… unos pocos dicen que la Catedral, etc… Pero sobre todo, hay algo por lo que merece la pena visitar Valladolid, que es oír hablar a los vallisoletanos. ¡Eso sí que es castellano! ¡Y castellano Viejo! Como el de algunos pueblos de Palencia (Paredes de Nava). Castellano sin acentos extraños cuando no extravagantes; castellano tal como es, con esos sones graves de Música Sacra que solo algunas lenguas tienen. ¡Ah Valladolid! ¡Quien pudiera tener tu voz para contar verdades! ¡Qué bien tienen que sonar en tu musicalidad!
Además, ¿sabían Uds., que Felipe II nació en Valladolid? ¿Tan vez por “ESO” lo había olvidado? Bueno, pues ellos sí lo saben, lo recuerdan, lo sienten, o lo llevan no sé si en la sangre o en su ADN, y por ello son presumidos y arrogantes, identificados con esa con-vecindad que da el nacimiento en la carne y en el alma cristiana con el que fuera Emperador de la más grande de las Españas. (Por cierto y entre paréntesis, uno de los hombres más obsesivamente aburridos y entrañablemente miserables que crió esta tierra)
Con todo eso, los vallisoletanos a los que no somos de allí, tienen a bien considerarnos como a un pariente lejano y pobre de historia, y a lo más, te aceptan como un “pardillo” caído a la sombra y a los pies de su pedigrí.
Bien, Roberto Domínguez es un vallisoletano de ley. Nació acomodado, se acomodó en su historia y ahora, desde la comodidad que da el saberse relaciones públicas del torero más dominador del momento (El Juli), intenta que el mundo se acomode a sus pretensiones económicas y jerárquicas.
Él se supo torero desde niño; la familia cuando quiere algo lo quiere a ley, y por ello nos trajo indudablemente cosas buenas, entre ellas recordarnos que hubo un torero castellano, su tío Fernando, artista y bohemio, torero de leyenda y leyenda de torero, que con su compadre el bailaor Vicente Escudero pasearon por Europa toda la Españolía posible. Era, por decirlo así, un “torero familiar” que llevaba en su apellido un pellizco de artista, en sus piernas un toreo campero, y en su carácter la arrogancia de demostrar que se puede ser torero sin pasar obligadamente por “el maletilla” de las capeas de los pueblos.
Roberto Domínguez hizo la carrera al revés, empezó desde arriba, arropado por sí mismo y por un coro mediático que trató de crear para Castilla la idea del Señorito castellano a semejanza del señorito andaluz. Como era un “chico estudiado” y tenía unos modales delicados le llovieron ofertas y posibilidades para erigirse en el “hidalgo torero castellano”, y de esta guisa nos enseñó un toreo limpio, aseado, planchado, envarado pero armonioso, despeinado pero inarrugable; y con ese talante distante y superior, supo estar a los toros y en los toros con triunfos aceptables de Despeñaperros pa´rriba.
Su toreo tenía que adaptarse a su personalidad. Nada de sudor ni de coraje (eso es falta de clase), como máximo hacer el toreo por bajo con dobladas que nos mostraban lo bien que le salían las reverencias de la corte, y el toro, dominado y sometido. Nada le gustaba más que tener al toro humillado y finiquitarle con un artístico golpe de descabello para dar por terminado el día en esa instantánea de superioridad que necesitaba su Ego ¿sería una adicción? Que conste que su ex-vecino Felipe, también tenía un truco para que los embajadores llegaran a él temblorosos (por el esfuerzo de las empinadas escaleras del Escorial) y que él entendía como un halago y una pleitesía de la que disfrutaba.
Como algo fallaba en ese intento de armarle “caballero” se le envió a Inglaterra a perfeccionar estudios y a añadir a la apostura pucelana, la arrogancia del dandy de las islas. Y allí, extrañamente allí, en las verdes praderas de Eton o de Oxford, ante las bobaliconas vacas británicas se le despertó o avivó una nueva vocación taurina. Hombre Roberto, ¿tan mal se te daba el inglés como para hacer tuya esa historia?
Hay que reconocer que ese segundo soplo vocacional ya personal y no familiar, nos trajo un Roberto más serio en su torería, más dominador – si cabe – de sus toros que trataba como súbditos y a los que no perdonaba un pase que no fuera de castigo ni un zapatillazo en el morro si no le obedecía a su envite, con lo que la fuerza de éstos y su oferta de lucimiento quedaba claramente mermada. Ese fue su estilo de toreo: “imperial a lo Felipe II”, empezaba por humillar al toro con sus dobladas por bajo (magníficas) y terminada humillándole para lucirse con el descabello (el único que lo ha hecho con torería). En su haber, hay que subrayar que este ejercicio de Dominador lo fue de cuantas castas probó, y que no hizo ascos a ninguna de las ganaderías tenidas como terribles por los 80, (Victorino, Miura), ni a los cosos más exigentes como Madrid, Bilbao, Sevilla en su última época o Pamplona. (Salvo aquel lunar de la corrida de Victorino que quería torear en solitario, y que fue rechazada por “presuntos arreglos en las astas” nunca debidamente aclarado, pero al final ejecutado con éxito). En todos quedó bien. Chopera apostó por él y no creo que perdiera nada. Tampoco debió de ganar demasiado. Con el desafío a “cosas serias” empezaron a llegar los percances y no era cosa de manchar su terno con demasiada frecuencia, así que parsimonioso y altivo, se fue sin un mal gesto este buen torero de nuestra fiesta. Se fue a torear oficinas y despachos y ahí intenta seguir con su estilo de Poder.
Difícil de resumir su trayectoria, se podrá decir de él que le sobro facilidad, le escaseó entusiasmo y careció de humildad de transmitir al público la emoción del miedo.
Y es que ….tal vez, en cualquier faceta de la vida, haga falta pasar “jambres” y dolor si quieres contarlo a los demás.
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