SALAMANCA: Tierra de Toros.
Julio Robles y el Niño de la Capea.-
Hablar de Salamanca es hablar de tierra de Saber de Toros, de toros y de otras cosas. “En todas las ciencias, Salamanca enseña” es el lema de su Universidad, de una Universidad que ha mantenido como banderas los objetivos de universalidad y de difusión de los conocimientos. Salamanca fue así, guardadora de llaves de una cultura que florece en nuestro siglo de Oro, pero que también enseña doctrina liberal en 1800, o defiende la libertad de pensamiento en situaciones difíciles como ocurrió en nuestra última contiende autóctona.
Salamanca enseña porque sabe. “Quien quiera saber que vaya a Salamanca – nos recuerda un dicho popular –“, y Salamanca sabe que el conocimiento y la verdad, no tiene fronteras ni tiempos (“El Tormes sabe tanto como el Tíber”, es otro de sus lemas). Su historia le ha forjado este destino. Para sobrevivir a tantas peleas e invasiones, para no ser una zona de litigio entre España y Portugal, Salamanca creció hacia arriba, hacia las estrellas y hacia el más allá de los mares; ha sido el puente cultural y educativo entre América y España durante siglos.
Pero Salamanca es terrenal, no enseña saberes divinos, ni sobrenaturales, crea “portadores” sobre los que hace recaer modelos de enseñanza: “Quod natura non dat, Selmántica non prestat”. Y por ello hablar de Salamanca se hace indiferenciable de hablar de personajes salmantinos que llevan en su vida la enseñanza de unas filosofías del mundo abiertas a todas las posibilidades. No olvidemos que esta es la tierra tanto del padre Astete como de “El Lute”, cada uno con su catecismo viviente a cuestas, como corresponde a su prestigio de ser “la madre de todas las ciencias”
Ahí, en ese campo charro, el que sabe andar, ya sabe andar entre los toros, y de sus entresijos íntimos. Si el toro no se ha hecho ahí animal doméstico ha sido por respeto a que la bravura es la esencia de la raza de ese animal. Para enseñar cómo hay que llevar a un toro a su destino de muerte brava, tuvimos a S. M. el Viti (como en otros campos de enseñanza lo habían hecho Nebrija y Fray Luis de León)
Pero también Salamanca la creado modelos de ficción tan posibles y tan reales que no podían evitar aterrizar aquí en el Planeta de los toros. Personajes tan variados en un estilo de vivir como el Calisto romántico, ensimismado y enamoradizo de “la Celestina” por un lado, y el práctico, listo, pícaro y abierto al mundo de “Lázaro de Tormes” por el otro. Dos toreros: Julio Robles y Pedro Gutiérrez Moya “niño de la Capea” son fieles representantes de ellos.
Salmantinos los dos, castellano-leoneses los dos, dos maneras distintas, pero no opuestas, de entrar en la Santidad de la tauromaquia. Otra vez los caminos de San Juan de la Cruz y Teresa de Jesús.
Aurelio – Julio ROBLES Hernández,
¿Quién fue Julio Robles?
El Más “sevillano” de los toreros castellanos, el torero de la más dulce y lírica verónica que siguieron los toros. Un poeta metido a trovar en el incierto campo de la tauromaquia.
13 de agosto de 1990 (¡día 13 de mal fario tenía que ser!). En la plaza francesa de Beziers, el toro Timador engancha y voltea al maestro Julio Robles cuando éste intentaba adormecer su embestida con su suerte favorita: la verónica. En la caída se golpea su nuca contra el suelo y sufre fractura de vértebras cervicales. El susto anuncia la tragedia. A la salida de la conmoción cerebral se confirma una Tetraplejia de la que solo después de una penosa y larga rehabilitación podrá recuperar una ligera movilidad en brazos y manos. Allí murió un torero; años después (2001) moriría el hombre; en septiembre de 2008 unos vándalos antitaurinos quieren matar su memoria profanando su tumba. Tres veces la muerte se ha ensañado con él. ¡Deseémosle larga memoria!
De familia itinerante por la profesión paterna (secretario de juzgado comarcal) su vida parece la descripción clásica y enciclopédica de un rio: nace en Fontiveros (provincia de Ávila) y circula la mayor parte de su recorrido por Fuentes de San Esteban de Salamanca para ocultarse finalmente bajo tierra en esa provincia en la villa de Ahijal de los Aceiteros. En su camino recibe todos los afluentes posibles de ese campo charro criador de reses bravas que le aportan saber y dominio para jugar con ventajas al toro, más adelante, se remansa en la propia ciudad helmántica, de donde toma la hidalguía del señorito castellano y la donosura de su porte necesarias para creerse figura. Han sido las miradas amorosas y arreboladas de esas niñas susurradas en cada cruce del paseo por esa Plaza Mayor Universal de Salamanca las que han preparado su cabeza y su cuerpo para imaginar torerías.
Desde sus primeros sueños toreros se enamora de un concepto ideal y estético de la lidia al que ya obligaba su nacimiento de “señorito hijo del secretario” diferenciado por su piel blanca de la oscura y terrosa de sus compañeros de correrías. Apresado por la imagen de sí mismo adormeciendo dulce y suavemente embestidas, vive su vida intentando aproximarse a ella y se gusta y busca ser gustado por ese toreo ideal que espera realizar. Es… como quiere ser. Y sueña… ser el sueño realizado de los demás… El resto es miedo o vulgaridad. Oficio y burocracia que a veces pondrá en práctica para lograr pequeños triunfos que le permitan prolongar la espera.
Su toreo gusta desde el principio porque tiene ese aire de vuelo hacia lo perfecto, (su presentación en Madrid es coreada con 3 vueltas al ruedo como desagravio a un obcecado presidente que se negó a concederle la oreja), pero Julio parece no echarle demasiadas ganas a convertirse en figura por estadísticas. Sus promotores piensan que necesita otras motivaciones que le empujen para lograr de él una mayor intensidad y regularidad en su carrera; creen resolverlo forzando en él sentimientos de rivalidad con el otro salmantino que promete: el Niño de la Capea, viéndose así obligados a hacer la carrera juntos (en realidad el bachillerato de la novillería). No hubo posibilidad, Pedro es muy noble y Julio siempre anduvo perdido en sueños; no le interesaban las disputas terrenales, lo suyo era más espiritual. Siempre prefirió su desnudez y la espera crédula de ser “vestido y adornado” por la imaginación de una afición exquisita.
Desarrollará su tauromaquia cuando perciba el ambiente propicio a sus expectativas. Entonces, cuando ese Otro está al unísono con él, pasará a ser sujeto y autor de las más dulces y hermosas melodías concebidas en clave de Miedo. Y así lo hará en la Plaza de Madrid que siempre alucinó con su creíble levitación y que le premió con 3 Puertas Grandes, o cuando se sentía rodeado de “grandes del arte”: en su alternativa entre Camino y Puerta, día en que se sintió promesa de torero sevillano (1972) , o entre Antoñete y Manzanares en 1983, o entre Curro y Pepe Luis Jr. en el 84, o confrontando quites con Ortega Cano en la feria de otoño de 1989, o en la Maestranza de Sevilla ese mismo año en aquella tarde vestido de purísima y oro donde el cielo bajó a la arena y los ángeles jugaban a torear desde sus muñecas, y …. desde luego siempre Salamanca que le prohijó y mantuvo una fe milagrera en él esperando una reencarnación de S. M. el Viti.
Fuera de estos momentos se mantuvo en 2ª fila, como “un cantaor de atrás” haciendo pequeños esfuerzos para lograr esa “orejita” con un toreo fácil y limpio, una suerte de matar cómoda tirándose a los bajos, y siempre algún detalle de capote o de temple que auguraban un tesoro escondido mantenedor de esperanzas.
Triunfó donde se sentía a gusto; y donde se sentía a gusto, triunfó. No era torero de ruidos ni de corajes, sino un torero de postín muy abundante en miedos, frente a los que solo contaba con el arma del enamoramiento de su imagen estética. Como el Calisto de Melibea se sentía hermoso y hermoseado por el arte que perseguía y como aquel respondía sobre su identidad: .. ¿Tú eres torero? ¿Yo? El Toreo soy y al Toreo adoro, y en el Toreo creo y al Toreo amo… infame idólatra del amor.
Calisto como Julio, como Narciso – allá en la lejanía de los mitos -, representan el amor noble de sí mismos, de cuya idealización se alimentan y que les limita caminos a otras relaciones. Alejados o despreciativos de otra realidad que no sea su ensimismamiento especular con el otro, sienten el resto lejano y vulgar. Cuando tienen que acceder a ello lo hacen torpemente o se estrellan de bruces contra el suelo.
Como a Calisto le fue difícil encontrar salida de aquel huerto de amores, Julio vivía como imposible salir de aquel pozo de pérdidas al que le llevó un mundo que se mostraba tan vengativo. Se encerró en su finca “La Gloria” buscando dentro de sí mismo algo a lo que poder agarrarse. No lo encontró. Allí solo había vacío y soledad. Nada que pudiera atraer otro encantamiento. Aún la vida le preparaba otro asalto torticero en plena noche: el abandono de su esposa.
La otra cara de la vida intentó poner una marcha atrás en esta debacle: otra mujer admiradora de él le ofreció el amor.
Su tristeza y su soledad se pregonaron en silencio respetuoso por todo el escalafón del planeta taurino. Y llegaron sus amigos, compañeros de percances, hermanos de afecto y expertos en encaramientos a la desgracia que se turnaban o complementaban a su lado para sostener la caída. El Capea, Ponce, Domínguez, Manzanares, y un amplio etcétera intentaron volver a meter “la vida del toro en su cuerpo”. Se le volvió a ver sonreír, a asistir a corridas de toros en La Glorieta, incluso desde su silla de ruedas y dirigido por ellos en la clandestinidad amiga de la noche, llegó a hacer suertes con una becerra; … su permanente palidez y su frío interno hablaban sin embargo de un cuerpo despojado, sin empaque, no apto ya la ornamentación amorosa externa, donde ya no prendían injertos de idealización ni armazón para más sueños, le faltaba un requisito especial y esencial para sentirse torero …. ¡su porte!
… Y de repente, inesperadamente, se fue en el silencio y el misterio. La medicina, siempre chata y tacaña en las pasiones profundas escribió un certificado de Defunción donde se leía: peritonitis.
Salamanca quiso guardarle eternidad con una estatua que preside la plaza de Toros de la Glorieta.
Sus compañeros, otra vez hermanos y amigos en esa incomprensión del infortunio, le dieron la última vuelta al ruedo a lo que fue: un cuerpo para dulces sueños.
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