La comunidad madrileña anda con excesivas dudas respecto a su presentación pública, no acaba de decidirse si por sacar toda su energía para mostrar sus logros o dedicarla a esconder sus faltas.
En esta duda sobrevive, y para conmemorar su 2 de Mayo – ese 2 de Mayo que quisiera hacer español y universal -, optó por lo que creyó más fácil de identificarse con el pueblo y dramatizó su historia – como tantas veces – en la Fiesta Nacional, en una escenificación que pensó iba a calar en la mayoría de los ciudadanos.
Así que ni corto ni perezoso, y siguiendo el camino de Goya, cambió el día 2 por el 3 para buscar un triunfo heroico de españoles valientes sobre enemigos foráneos.
¿Dónde colocamos a los mamelucos, esos mercenarios “agabachados” invasores y antipáticos? Pues en los toros; pero no en unos toros cualquiera no ¡eh!, vamos a elegir los más desagradables y antipáticos posibles, así que se fueron a la trastienda de los Alcurrucén (que los señoritos de esa dehesa están para otros menesteres), y seleccionaron lo peor de la manada; así que aterrizó en la arena de las Ventas lo más canalla marsellés que encontraron; grandes, astifinos, broncos, mansos, como los mamelucos del cuadro, básicamente solo tenían alfanjes afilados.
Frente a ellos también se fueron a por lo más valiente de nuestra tropa. Allí se presentaron el extremeño Ferreras, el riojano Urdiales y el mexicano Saldívar que también traía etiqueta de valiente. Se le quiso dar categoría ceremonial al evento y se vistieron de solemnidades goyescas. Como querían ser “mu de Madrí” se vistieron de futboleros. Ferreras fue de “blanco merengue”, con algunas manchitas negras para no pasar por traje de inocencia, Urdiales eligió el rojiblanco colchonero para contagiarse de ese estado de gracia del equipo del Manzanares (antes de Cuatro Caminos), y Saldívar, que no tiene asesor estético, se vistió de espárrago triguero.
A mí que conste que este desfile de trajes me queda muy lejos de la idea de la Fiesta, y si tengo que acoplarme a estas modas que imponen los nuevos tiempos, entraría más en faena, si en vez del clásico paseíllo, los oficiantes nos obsequiaran antes de empezar la corrida con un minué en el centro de la plaza. O se está de tramoya o no se está.
Bien, el caso es que salieron los toros de El Cortijillo a estropearles la dulce vestimenta. Los hispano-madrileños se portaron como jabatos. Navajas de temple albaceteño contra las cimitarras y alfanjes de Damasco que traían aquellas fieras; pelea de cuerpo a cuerpo, de igual a igual, de sangre a sangre. Mientras hubo velocidad: toro, toreros, viento y muletas se movieron sin parar incluyendo temples y dominios. Cuando se acabaron las fuerzas solo hubo riesgo. Mala puntería a la hora de matar les privó de un premio que particularmente Diego Urdiales se merecía más que un gol Diego Costa. Y ya puestos a particularizar los alegra que Ferreras haya dejado de sacar el culo para atrás a la hora de poner banderillas; hagamos también un monumento a su temeridad y el hecho de que nos ponga a cien “la hormona del miedo”, cuando hace esos pares al quiebro cerrado en tablas; los otros pares, los de las carreras, no sé por qué nos recuerdan “la moto de Paquirri” que nos repetía tanto y tanto Navalón.
El mexicano también estuvo por allí, pero ni el toro era vegetariano – no le gustaban los espárragos – , ni él estaba para digerir ese “cocido madrileño”, (que además le tocó el lote más escandalosamente manso). Así que se miraron de lejos, se cruzaron sin tropezarse y … cada cual a su destino.
El día anterior esos chiquillos, los novilleros, se liaron “a la intifada” con un encierro de Fuente Rey. ¡Ojo a José Garrido!, que sin apellidos biensonantes, viene con ganas de ser torero, de no asustarse ante los compromisos, y que parece tener el don de dominio del animal.
Dibujo 102.- 2 de Mayo en Madrid
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